lunes, 10 de marzo de 2008

PROYECTO KABANG I. Introducción

No son muchos los pueblos del planeta que tienen el mar por morada. En las islas del sur de Asia viven algunos de sus últimos representantes.

Desde que en abril de 2005 cayera en mis manos un reportaje de National Geographic sobre los Moken, mi fascinación por este pueblo ha ido en aumento. Enseguida quise saber más sobre su modo de vida, su particular relación con el mar y sus embarcaciones tradicionales (kabang). Durante bastante tiempo estuve buscando por la red toda la información disponible, que no es mucha, y que al final resumí en este artículo publicado en mi blog.

Ahora, con la mente puesta en un futuro proyecto modelístico, he recuperado esa admiración por esos nómadas a merced de las olas y, a modo de tributo, he continuado con esa labor de investigación, a la vez que me he propuesto realizar un kabang a partir de un puñado de fotografías, algunos dibujos y un vídeo sobre su construcción.

Jacques Ivanoff, en su libro “The moken boat: symbolic technology” (libro fundamental para entender la relación entre los Moken y sus kabangs y que ha sido imposible conseguir) se pregunta ¿cómo puede tan remota e "incivilizada" gente haber desarrollado esta tecnología naval tan impresionante?

La discrepancia entre el nivel de la cultura y el alto grado de habilidad técnica en la construcción del kabang sorprende, sobre todo si tenemos en cuenta que sus técnicas no se pueden entender sin una referencia a sus contextos culturales y simbólicos.

Conociendo un poco más a los Moken

(hacia el final del vídeo se pueden ver imágenes del sistema tradicional de construcción de sus kabangs)





Los Moken suelen compararse a sí mismos con su “hermana mítica”, la tortuga, pues, como ella, viven en los dos elementos, la tierra y el mar. Dispersos en pequeñas comunidades por toda la región del Mar de Andamán, echan el ancla por lo general frente a las playas, en las albuferas, en las costas de sotavento, quedando así a salvo de los predadores terrestres y escapando al mismo tiempo de las corrientes costeras, y hasta en las aguas tranquilas al pie de los hoteles de los paseos marítimos.

Estos nómadas viven al ritmo de los monzones. Cuando el mar está embravecido en la estación de las lluvias, buscan la protección de las costas y van de un fondeadero a otro. En esa época del año se dedican a reparar sus embarcaciones y a construir otras nuevas. Cazan el jabalí, recogen frutas y hortalizas, así como ñames y otros tubérculos.

Al final de la estación de las lluvias, retornan al mar, desplazándose de isla en isla, cazando tortugas marinas y recogiendo arenícolas, crustáceos y almejas para alimentarse. Curiosamente desdeñan el principal producto del mar, el pescado, y pescan sólo el cohombro de mar para venderlo a los chinos, que tienen por él gran afición.

El mar para ellos es sinónimo de vida. Las mujeres dan a luz a bordo. Nunca se les ocurriría desembarcar para cocinar en tierra firme, ni siquiera en la estación de las lluvias, cuando los barcos están anclados. Los niños pasan su tiempo nadando y jugando entre las jarcias. En cambio, la muerte y la enfermedad son fenómenos asociados con la tierra firme, pues es allí donde se cuida a los enfermos y se entierra a los muertos. Cuando los ancianos sienten que ya no son útiles para la comunidad, no es raro que pidan que se les abandone en una isla desierta para morir.

En uno de sus rituales, los barcos de pesca llevan un kabang en miniatura y lo depositan en el mar en la dirección del viento por la mañana, después de una noche completa convocando a los espíritus. Después de que el kabang flote a la deriva, se clavan unos postes en tierra firme para proteger la aldea contra las desgracias.

El hecho de que estas poblaciones del mar asocien la enfermedad y la muerte con la tierra firme no significa que ésta última represente para ellos el mal y el sufrimiento, sino sencillamente que ciertas actividades pertenecen al mundo del mar y otras al de la tierra. Las niñas, por ejemplo, reciben nombres de flores, y los nombres de los varones evocan ciertas cualidades propias de los árboles o los animales.

No obstante, la tierra firme y sus habitantes han sido en el pasado la causa de muchas de sus desgracias, un recuerdo doloroso que los nómadas conservan en sus cantos, leyendas y epopeyas transmitidas por la tradición.

En la época de los grandes reinos del estrecho de Malaca, los Moken pescaban perlas para los chinos, pues eran trabajos considerados denigrantes y sólo podían asignarse a “salvajes”.

En realidad, fue al parecer el temor de ser convertidos por la fuerza al islam, en expansión en esa región a partir del siglo XIV, lo que los incitó a mantenerse al margen a fin de preservar su identidad cultural, mostrando un rasgo característico: la distinción que establecen entre sí mismos (“orang sama”) y los demás (“orang bagai”).

Si bien sus reducidas comunidades están organizadas en flotillas y su estructura responde a un sistema de parentesco, las relaciones interpersonales siguen estando regidas por esa oposición entre “nosotros” y “los demás”. La historia les ha enseñado a temer al forastero y ha desarrollado en ellos un instinto de huida, inevitablemente, hacia el mar.

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